Zeus
Todo
empieza por el principio. Por eso ZEUS -el principio- empezó un poco más tarde:
el miércoles aproximadamente.
Apenas
hubo nacido fue amamantado por una cabra multicolor -AMALTEA- con quien tuvo, mantuvo,
sostuvo y retuvo las primeras confidencias. Por élla supo que era ZEUS, el menor de seis
hermanos a quienes CRONOS, su padre, había devorado. La explicación de por qué él
seguía con vida resultó trivial: su madre, REA, le había abandonado para que no
corriese igual suerte.
-
Creo, sin embargo -añadió la cabra-, que tu madre se deshizo de tí para no perder la
línea.
ZEUS,
afectado por la fiebre malta, degolló a Amaltea y con su pellejo se fábrico un escudo
-la égida-, tomó luego un puñado de rayos y truenos y, sin pensarlo dos veces, batalló
para rescatar a sus hermanos quienes, una vez liberados, se unieron al combate hasta
derrocar a Cronos. Desde entonces, Zeus se estableció como dueño y señor de dioses,
semidioses, cíclopes, hecatónquiros, héroes y mortales, gigantes y cabezudos, maceros y
sacristanes.
Zeus
encarna la tercera y definitiva legislatura del Olimpo: la primera correspondió a Urano,
que terminó con sus huesos mutilados alimentando a pececitos; la segunda a Cronos, que la
perdió por glotón, como ya se ha dicho, después de cinco digestiones; y la tercera a
Zeus, que la ha mantenido eternamente gracias a que no ha sido precísamente eterna la
concepción griega de la eternidad.
Ligón
por excelencia, romántico precursor del romanticismo, Zeus se enamoraba cada día como el
más tonto de los mortales aunque, como el más poderoso inmortal, inventaba trucos y
añagazas hasta conseguir su objetivo, que no era sino terminar con la moza en el catre.
Demostró
una retorcida imaginación a la hora de embelesar a su pretendida. Así, adoptó la forma
de serpiente para unirse a Perséfone; con Dánae fue lluvia de oro; con Alcmena tomó la
imagen de quien iba a ser su esposo y se encamó con ella la noche bodas; a Leda la sedujo
transformándose en cisne, con Antíope se unió disfrazado de sátiro...
Su
esposa Hera llevaba la contabilidad de las infidelidades a las que era sometida en siete
archivadores verdes y otros tantos azules. El color verde era para las diosas: "De
cómo Zeus me ha puesto los cuernos con METIS, TETIS, DIONE, EURINOME, MNEMOSINE, LETO,
DEMETER..." En las azules se relacionaban los nombres de las mortales: "ALCMENA,
DANAE, EUROPA, LEDA, MAYA, PLUTO, SEMELE..."
Hera,
que fue hermana antes que esposa, estaba harta de tanta infidelidad y decidió vengarse.
Hasta ese momento había dado a Zeus dos hijos legítimos -ARES y HEBE-, sin embargo, de
pronto, en represalia por tanta aventura extraconyugal, concibió un tercer hijo por
inseminación artificial.
- Para que te
enteres -le dijo a Zeus.
Al
gran dios no le hizo ninguna gracia. El podía hacer y deshacer a su antojo, pues para eso
era el mandamás, pero no así el resto del personal olímpico que debía someterse a su
criterio. Y su esposa no era ninguna excepción. De modo que Zeus, sin apenas inmutarse,
se volvió hacia Hera y añadió:
- Quien se va
a enterar eres tú.
A
continuación asió por el cogote al recién nacido y lo arrojó por la ventana del
Olimpo. Hefesto -así se llamaba la desafortunada criatura-, fue a estrellarse contra la
superficie del mar. (Este dios resultaría ser el más feo, ya que no intervino Zeus en su
concepción, y el único dios cojo, debido a que, cuando fue arrojado al mar, cayó en
mala postura)
Zeus
fue un dios fácilmente asequible para el hombre: guardaba en sí mismo la fuente del
poder, era el reducto último de todos los misterios, pero también encarnaba el fácil
compromiso sexual fustificando así el proceder humano.
Todo
era posible para un dios que, incluso dormido, era capaz de fecundar a las piedras (tal
ocurrió con Agdistis). A Zeus se le puede definir como un dios-dandy que para gobernar
apenas si dispuso del tiempo sobrante a su aburrimiento, si bien para aburrirse jamás
encontró tiempo.
Desde
que cayera el telón mitológico hasta que llegó Mahatma Gandhi, a Zeus le hubiéramos
podido encontrar en la India, vestido con los ropajes del Maharajá de Kapurtala, rodeado
de doscientas vírgenes y otros tantos elefantes -alguno de los cuales también vírgen-,
pero cuando el imperio británico perdió su gloria, Zeus perdió la túnica bengalí y se
vió forzado a emigrar a otro lugar donde le permitieran mantener sus privilegios.
En
algunos países de Alá encontró lo que buscaba. Cambió shari por chilaba y gorro por
turbante. Y se apuntó al islamismo, religión que le trae fecundos recuerdos del Elíseo.
En sus
ratos libres ejerce de humorista, prestidigitador y ventrílocuo; desprovisto del rayo y
del trueno, ha cultivado dichas artes para epatar el personal femenino y salir airoso de
cuantas aventuras amorosas emprende al cabo del día. Por lo demás su vida es monótona:
recorre el mundo en un jumbo de su propiedad, acompañado permanentemente por un séquito
de más de setenta personas, entre peluqueros, diseñadores, agentes de bolsa, expertos en
arte, músicos de flauta dulce, gorilas y pasteleros. Y por si esto fuera poco, tiene a
sueldo una panda de matariles, mantiene a un fontanero y, desde la última vez que estuvo
en España, lleva siempre de mascota, vestido de sangre y oro, a un torero barbilampiño
nacido en Badajoz. n |