Hefesto
Tómese
una parte de resignación, dos de tenacidad, una cucharada sopera de habilidad artesana;
póngase todo ello al baño maría. Cuando hierva, retírese una pierna y, voilà,
habremos conseguido un cocktail divino: HEFESTO.
HEFESTO
es un dios cojo y feo, engendrado por Hera sin participación de su esposo, el gran Zeus.
Ocurrió que esta diosa estaba harta de los devaneos extraconyugales a los que Zeus
empezaba a acostumbrarse, y decidió vengarse haciendo un hijo ella solita. Cuando Hefesto
hubo nacido, lo mostro y dijo:
- ¡Que lo
sepan todos: este hijo es SÓLO mío!
Zeus,
indignado por la publicidad que Hera había dado al asunto, tomó al recién nacido por el
cogote y lo arrojó al mar.
- ¡Que lo
sepan todos -añadió Zeus-, queda prohibido engendrar hijos sin previo ayuntamiento!
Y,
entre tanto, Hefesto se daba una hostia contra la fría superficie del mar: cayó en mala
postura y se rompió divinamente su pierna divina.
A
partir de ese momento, sólo su tenacidad conseguiría hacer de él el dios que era (de
Hera). Obtuvo el título de "herrero", estableció una fragua -aquella donde
años después le retratara Velázquez- y, poco a poco, fue ganándose el respeto y la
admiración de cuantos dioses y diosas requirieron sus servicios. Zeus, al fin, tal vez
como premio al feo y tenaz inocente y sin duda como expiación de su inicial arrebato,
ofreció a Hefesto un puesto relevante en el Ministerio de Industria Olímpico, a la vez
que le entregaba una esposa ejemplar: AFRODITA.
- ¡No me lo
puedo creer! -gritaba Hefesto, boquiabierto y babeante.
Y
Afrodita tampoco pudo. Apenas si terminaron los esponsales y ya la diosa se había pirado
con ARES más allá de donde el sol se pone. Quedaba patentado el adulterio.
Entonces
Hefesto, en un alarde de ingenio o de estupidez -según quien lo mire-, consiguió
sorprender a los amantes fugados en pleno ejercicio de apareamiento, los inmovilizó con
una red creada por él mismo para tan patética ocasión y convocó ante ellos al pleno
del Elíseo para que los amantes sufrieran la vergüenza de su acción. Quedaba patentado
el descojono.
Los
dioses se miraron los unos a los otros y, casi al instante, cuando Hesfeto pidió
justicia, estalló una carcajada olímpica, una risa colectiva e inextinguible que sería,
desde entonces, cualidad de todo dios.
Hefesto
inventó la falsa resignación que luego reivendicaron los cristianos y ejerció ya para
siempre como esposo oficial, ademas de ser un ejemplar currante.
- Devuélveme
el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás -le dijo a su esposa-, pero
mantengamos las apariencias.
Afrodita
se encogió de hombros. Hasta hoy. Voilà: el matrimonio perfecto.n |