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Dioses Griegos

Hebe

Hebe, cafetinta de Nozal, 1982

"No está mal", le dijo Zeus a Hera al ver a la hija de ambos, segunda en la lista, niñita tierna que balbuceaba ta-ta-gu-gu y movía al compás, sobre su pelada cabezota, dos tirabuzones allí puestos por una mano inocente.

Y, a decir verdad, no estaba mal la criatura. Salvo que era estúpida. Contestaba siempre como quien bosteza, sin darse por aludida. Se diría que habitaban su mente lejanas serpentinas de colores, blandas fantasías de príncipes encantados, héroes musculosos y tiernos, difuminados tras la niebla de un amor presentido. Sin embargo para las cosas del Olimpo, Hebe parecía estar ausente. No daba una.

- Niña, cierra la puerta que hay corriente -le ordenaba su madre.

Y Hebe, embobada en el vuelo de alguna mosca crepuscular, decía "sí, papá" mientras abría, de par en par, la ventana de todos los vientos.

Con Hebe llegó al Olimpo el resfriado común. Se poblaron los cielos de estornudos divinos y la tierra conoció una época de asoladores torrnados e incesantes lluvias. Lo que parecía un inicio prematuro del bíblico diluvio universal o su más fiel antecedente, quedó sin embargo en falsa alarma y no pasó de ser una manifestación del ingenuo poder de una diosa que, en tanto le duró la adolescencia, no hizo más que abrir ventanas a destiempo.

Pero algo insólito vendría a ocurrirle a Hebe, algo que cambiaría definitivamente lo que parecía ser un destino inexorable unido a las corrientes. Fue su madre, Hera, la primera en darse cuenta, y así se lo dijo a Zeus:

- Nuestra hija no envejece.

Era tan cierto como su permanente estado ensimismado. En tanto las barbas del gran dios se arrastraban y las arrugas de la diosa madre recogían sus pliegues aún por debajo del corbejón, Hebe continuaba lozana, fresca como una manzana (como una manzana fresca), dedicada por entero a esas dulces labores de cambiar los pañales a su hermano pequeño Ares, sacarle brillo al yunque de Hefesto (el mayor del trío) o enjaezar los caballos de la cuadra materna para que diesen la nota en la Feria de Abril, que por entonces se celebraba en mayo.

Rápidamente se extendió por todo el Olimpo la noticia de que esta diosa no envejecía y hasta la tierra llegó su sobrenombre: la "siemprejoven". Mas la cosa, al parecer, tenía truco. Fue espiada por orden de Afrodita, que veía amenazado su cetro de belleza, y así se pudo comprobar que Hebe mezclaba néctar y ambrosía con tal descuido y tanta desproporción que el mejunge resultante adquiría esas cotizadas cualidades de eterna juventud.

Al instante la nombraron Copera Mayor y pasó a servir... néctar y ambrosía al pleno de los dioses.

No fue una misión ingrata para una diosa que no sabía hacer nada, al contrario, se sintió útil por primera vez en su vida, como embargada por una responsabilidad desconocida hasta encontes que, entre otras cosas, proporcionó a su mirada un brillo sutil: ya no tendría que abrir más puertas ni aliviarle el escozor de la ingle a su flamante hermano, ni mancharse sus delicadas manos, destinadas al néctar, con las sublimes moñigas de aquella caballeriza olímpica. Y, para completar tan feliz estampa, pronto llegó el esperado príncipe para pedirle la mano, la mano del néctar. Se trataba de Heracles, recién ascendido a dios después de pasarlas putas entre los humanos.

Zeus lo había hablado con Hera: "Oye, diosa mía, que ha llegado uno de mis bastardos y no sé qué hacer con él". Y como es sabido que todas las decisiones de los dioses matan dos pájaros de un tiro, en esta ocasión se zafaron de Heracles solucionando de paso un sueño infantil de la diosa Hebe: los casaron.

A Hebe no le cambió en absoluto su cara de tonta, por lo cual no pudo saberse si había aumentado su felicidad, si quizá había sido siempre feliz o, por el contrario, no lo fue nunca. Parió dos hijos (Alexiares y Aniceto) y hubo de empezar otra vez a cambiar pañales, perdiendo poco a poco la razón pues preguntaba cómo era posible que Ares y Hefesto continuasen, a sus años, mojando la cama.

- Querida mía -le decía Heracles-, no son tus hermanos sino tus hijos. ¡Mírales la cara de tontos que tienen, clavaditos a mamá!

Hebe entonces volvía momentáneamente a la realidad, les hacía alguna carantoña, pichurrí, pichurrí, y recordaba, de pronto, que había dejado abierta una ventana.

Necesitó esta diosa todo el tiempo griego para sentar ligeramente la cabeza; y ya aprendía la tabla de multiplicar cuando cayó el telón de la mitología y se acabó la función. Tuvo que perderse por esos otros mundos de ese otro dios único y verdadero (aunque a la vez trino e inverosomil) para encontrar un trabajo más acorde con su incipiente tabla de multiplicar, al go que no fuera volver a cambiar pañales o limpiar jacas. Y dado que servir copas lo hacía primorosamente, no tardó en fichar por una mafia calabresa que, en menos que canta un gallo, la puso a currar en una barra americana.

Ahora Hebe mezcla ron y cocacola, a dos billetes la copa, y mantiene en precario una juventud gracias a los productos de belleza de una marca parisina.n

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Copyright Nozal, 1982.

> Ilustración que encabeza el texto: Dibujo de la Diosa Hebe, cafetinta de Nozal perteneciente a la colección "24 Dioses Griegos". De esta colección fechada y editada en 1982 se realizó una tirada de 200 ejemplares numerados y firmados.

> Texto e imagen están protegidos por la Ley de Propiedad Intelectual y registrado el Copyright. Si el texto o la imagen son utilizados o copiados, es preciso citar al autor y señalar la fuente (http://nozal.com)

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