Cronos
Por
aquel entonces Gea ya había parido a los cíclopes y a los hecatónquiros, mientras su
esposo Urano, con idéntica prisa, los había sepultado en el Tártaro para asegurarse el
mantenimiento del poder.
Gea
insistía en su afán y engendraba nuevas criaturas, cada vez más cabreada por cuanto su
esposo no le permitía un mínimo disfrute de sus hijos, un ratito de cuchi-cuchi, un
decir "se parece a la madre que lo parió" o "tiene la mala leche de su
padre"... De modo que al nacer los Titanes, pasó lista: ¡Océano, Crío, Jápeto,
Hiperión... y Cronos!
Miró
al benjamín, le impuso su mano todopoderosa o casi, y al instante quedó éste unjido
para que, en nombre de la diosa-tierra, tomara la venganza adecuada y, de paso, se quedara
con el el trono del Olimpo.
- Tu padre es
un canalla -le dijo.
Y
Cronos no esperó más. rescató a cíclopes y hecatónquiros, convenció a sus hermanos
de que era necesario derrocar al viejo y, tomando una hoz, se dirigió bien escoltado
hacia el lugar donde Urano sesteaba.
Urano,
ajeno al golpe de mano que se le venía encima, bostezaba descomunalmente y se dejaba
embriagar por un plácido sueño de dragones estirados y ninfas perezosas. Hasta que de
pronto, en uno de sus bostezos, sintió un escalofrío escapársele de la boca: Cronos, de
un tajo, le había rebanado los testículos.
- ¡Urano ha
muerto! ¡Viva Cronos!
Al
unísono cantaban cíclopes y hecatónquiros festejando al nuevo dios que regiría desde
entonces el destino particular de cada uno de ellos, un destino cruel... porque
desentonaban. La melodía festiva pasó a ser un desagradable incordio para el exquisito
oído del dios Cronos, así que, sin pensárselo dos veces -lo dioses solo piensan una
vez-, volvió a encerrarlos en el Tártaro.
- Ahora debes
tomar una esposa -le dijo Gea.
Cronos
cerró los ojos, señaló al azar con el dedo y allí quedó para siempre marcado el
nombre de la candidata: Rea, una de la Titánides, benjamina de la remesa, como él, y
primer ejemplo de la belleza femenina puesto que en ella se sustentó el cannon que
mediría en el futuro tan inasible cualidad.
Como
regalo por los desposorios, Gea, la diosa madre, realizó una predicción:
- Al loro,
Cronos, uno de tus hijos hará contigo lo mismo que tú hiciste con tu padre Urano, así
que disfruta mientras puedas.
Pero
Cronos, que no quería disfrutar mientras pudiera sino poder disfrutar cuanto quisiera,
puso en práctica un sistema que luego imitarían los más salvajes dictadores de la
historia: cada vez que su esposa Rea le daba un hijo, Cronos le ponía nombre y luego se
lo comía crudo.
Rea,
desconsolada, llevaba la cuenta: Hestia, Demeter, Hera, Hades, Posidón... cinco hijos que
habían encontrado el camino directo desde el vientre de su madre al estómago de su
padre. Cuando nació el sexto, una rabia inextinguible se apoderó de Rea y decidió poner
en marcha la estrategia adecuada para acabar con el sangriento banquete de su esposo.
"Además -pensó-, está engordando mucho y a mí no me gustan fofos y
tripones".
- Toma -le
dijo-, tu sexto hijo.
Y
Cronos, tras imponerle el nombre de Zeus, se lo tragó sin mayor esfuerzo. Sin mayor
esfuerzo y sin darse cuenta de que lo que tragaba era una piedra donde malamente se había
tallado la figura del recién nacido, ese niñito picarón, denominado Zeus, que en ese
momento estaba escondido en Creta, protegido por los Curetes, vigilado por Adrastea y
amamantado por una cabra que se llamaba Amaltea y daba más leche que la Central Lechera
Asturiana hubiera podido repartir en el último siglo.
Hubo
paz hasta que a Zeus le salió bigote. Por aquel entonces Metis, a la sazón su profesora
de inglés, sugirió a Zeus introducirse en la Corte aunque fuese desempeñando un cargo
tan indigno para un dios como el de "copero".
- Tú mete el
bigote -dijo Metis-, luego ya veremos.
Y
luego, efectivamente, se vió. El "copero" dió a beber a Cronos una copa de
néctar a la que había añadido sal y mostaza picante, algo muy parecido a un carajillo
preparado con aceite de colza. A Cronos se le puso cara de tragaperras, le oscilaron los
ojos en sus cuencas y... ¡clinc, clinc, clinc!, dió el premio gordo: vomitó. Expulsó
primero una piedra y luego, uno por uno, a los cinco hijos que antaño había engullido y
que, a pesar del tiempo transcurrido, aparecían como si tal cosa, creciditos,
desentumeciendo músculos y preguntando por mamá.
Cuando
Cronos se repuso ya se había armado un cisco de la de dios: Zeus y sus hermanos habían
liberado de nuevo a cíclopes y hecatónquiros -un poco mareados de tanto entrar y salir
del Tártaro- y se enfrentaban a titanes y titánides, exceptuando a Rea, que estaba a
favor de sus hijos como buena madre y asqueada esposa.
- ¡Bruja!
-le gritaba Cronos a su mujer parapetado en la última trinchera.
Hades
se enfundó un casco que lo hacía invisible y, sin más problemas, desarmó a Cronos por
el procedimiento del "tirón"; Posidón entonces arrojó su tridente al cuello
del dictador y le dejó inmóvil, a la espera de rematar la operación cuando llegara
Zeus, que llegó y remató, sacando a relucir por primera vez lo que habría de ser uno de
sus atributos más celebrados: el rayo.
La
legislatura de Zeus quedaba así inaugurada y Cronos, junto a los titanes, pasó a
estudiar en el Tártaro diferentes cursos de reinserción social. Por cada día que
pasaba, Cronos marcaba en la pared de su celda una rayita, cada siete un cuadradito, a los
treinta un redondel... Solo su madre, Gea, iluminaba el tiempo obscuro del gran dios
cuando iba a llevarle el periódico y recordarle, de paso, aquello de "ya te lo
decía yo", "no me das más que disgustos", "si me hubieras hecho
caso"...
- ¡Y deja de
raspar la pared, joder, que me estás poniendo nerviosa!
Años
más tarde, a punto de nacer la mitología griega, quedó abierto en el Tártaro un enorme
agujero a través del cual se dieron a la fuga cuantos pudieron salir corriendo por sus
propios medios, o sea todos. Y desde entonces Cronos ha conocido alternativamente
cárceles y tronos, con una frecuencia tan inusitada que resulta imposible saber si, en
este momento, sienta su culo sobre el frío y húmedo solar de alguna celda de Occidente o
solaza sus posaderas en el mullido confortable de cualquier dictadura oriental.n |